Para ti caminante.

Conocer el camino no nos hace más sabios, andarlo con virtud, nos transforma en maestros.

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domingo, 26 de mayo de 2013

Al comprender la ley de los ciclos, adquirimos conocimiento de las leyes fundamentales de la evolución y llegamos a darnos cuenta del trabajo rítmico de la creación. Incidentalmente logramos también equilibrio a medida que estudiamos los impulsos de nuestra propia vida, porque también tienen su flujo y reflujo, alternando entre períodos de luz y de oscuridad. Podemos observar diariamente este acontecimiento simbólico cuando la parte del mundo en que vivimos entra en la clara luz [e180] del sol, y luego vuelve a la oscuridad restauradora de la noche. Nuestra misma familiaridad con este fenómeno nos hace perder de vista su significado simbólico y también olvidar que bajo la gran ley, los períodos de luz y sombra, de bien y mal, de inmersión y surgimiento, de progreso hacia la iluminación [i243] y retroceso hacia la oscuridad, caracterizan el crecimiento de todas las formas, distinguen el desarrollo de razas y naciones y constituyen el problema del aspirante, que se forja la imagen de que camina en una condición constantemente iluminada, dejando atrás todos los lugares oscuros. El ciclo más destacado para toda alma consiste en encarnar y regresar al centro de donde partió. Según el punto de vista, así será la comprensión de este flujo y reflujo. Esotéricamente se puede considerar que unas almas "buscan la luz de la experiencia", por lo tanto van hacia la expresión física; otras "buscan la luz de la comprensión", y por consiguiente vuelven del reino del esfuerzo humano para forjar su camino internamente hacia la conciencia del alma, y así llegar a ser "moradores en la luz eterna". Sin apreciar la significación de los términos, los psicólogos han presentido estos ciclos, y a ciertos tipos los denominaron extrovertidos o introvertidos. Marcan el flujo y reflujo en la experiencia individual, y son la analogía de la pequeña vida con los grandes ciclos del alma. DK


sábado, 25 de mayo de 2013

La meditación lleva el trabajo hasta el reino mental; el deseo cede su lugar al trabajo práctico de preparación para el conocimiento divino, de manera que el hombre que inició su larga carrera y experiencias de la vida con el deseo como cualidad básica, y alcanzó el estado de adoración de la Realidad divina tenuemente percibida, pasa ahora del mundo místico al del intelecto, al de la [e45] razón y de la eventual comprensión. La oración más la abnegación del altruismo disciplinado produce al místico. La meditación más el servicio disciplinado y organizado produce al Conocedor. El místico, como hemos visto, presiente las realidades divinas, establece contacto (desde las alturas de su aspiración) con la visión mística [i68] y ansía incesantemente la repetición constante del estado de éxtasis a que su oración, adoración y veneración, lo han elevado. Por lo común es completamente incapaz de repetir esta iniciación a voluntad. Pére Poulain en "Des grâces D'Oraison", sostiene que ningún estado es místico a menos que el vidente sea incapaz de producirlo. En la meditación sucede lo contrario, pues mediante el conocimiento y la comprensión, el hombre iluminado puede entrar a voluntad en el del alma y participar inteligentemente de su vida y estados de conciencia. Un método implica la naturaleza emocional y está basado en la creencia en un Dios que otorga; el otro involucra la naturaleza mental y está basado en la creencia en la divinidad del hombre mismo, aunque no niega las premisas místicas del otro grupo. AAB