Para ti caminante.

Conocer el camino no nos hace más sabios, andarlo con virtud, nos transforma en maestros.

Instagram: el.camino.infinito

miércoles, 17 de julio de 2024


 Por la Dra. Annie Besant

 Entre todas las religiones del mundo, el Hinduismo es el único que ha elevado al pináculo más alto la idea del deber; el que ha desarrollado el significado del mismo en los diversos aspectos de la vida. La palabra Dharma, que emplean los hindúes para expresarlo, significa mucho más que deber. Implica el reconocimiento del pasado del hombre mediante el cual ha llega do a ser lo que es; a medida que ha evoluciona do, en el trascurso de muchas vidas, bajo el constante impulso de la ley, el hombre ha llegado al punto en que hoy se encuentra; el paso inmediato adelante, para el cual está dotado y mediante el cual progresará al máximo de su capacidad, se lo indican los resultados de la acción pasada de la ley que guía su evolución. Dar tal paso es su Dharma. Su pasado lo ha asociado con muchos individuos, a algunos de los cuales ha perjudicado, mientras algunos lo han perjudicado a él; cumplir los deberes y obligaciones que tales relaciones en el pasado le imponen es su Dharma. El cumplimiento del mismo hará posible un mayor progreso; aprender a comprenderlo y cumplirlo concienzudamente es, verdaderamente, para cada uno el camino hacia el puerto seguro de la felicidad. El Dharma de un individuo no varía ni desaparece por el hecho de que otros no cum plan con el suyo con respecto a él. No es un con trato en que la falta de cumplimiento de una de las partes exima a la otra de cumplirlo. Es una obligación imperativa, por la cual cada uno ha de responder a su conciencia y a su destino. Deber es lo que debemos a alguien o a algo fuera de nosotros mismos; una obligación que el honor nos compele a cumplir. El Regente Interno ordena y Su orden lleva implícito el carácter de obligación; es decir que debemos hacer tal o cual cosa. La desobediencia a cumplir tal obligación lleva consigo un sentimiento de descontento, de desarmonía, de conflicto (conflicto real entre los bajos deseos y la Voluntad superior). Lo inferior  se declara en rebeldía contra lo superior y el ente ro reino interior de nuestra vida cae en desorden. Si no se siente tal conflicto, si el individuo puede dejar de cumplir sus obligaciones sin sentir molestia ni malestar, es señal de que su naturaleza superior no ha despertado todavía; que se encuentra en una condición poco evolucionada, en que la mente y los deseos están en el grado de conciencia humana todavía activa en el cerebro, está completamente identificado con ellos, y no se da cuenta de impulsos procedentes de su verdadero Ser. Por tanto, ha de ser arrastrado por su conciencia a múltiples experiencias, placenteras unas, dolorosas otras, las cuales harán que aprenda gradualmente, por desengaños, sufrimientos y dolores, que la falta de cumplimiento de los debe res es la causa del malestar. En un mundo regido por la ley, en un mundo de innumerables obligaciones originadas en las relaciones de los seres humanos entre sí, no puede evitar el sufrimiento quien temerariamente pasa por alto sus obligaciones para con los demás. Llega un momento en que el sufrimiento se hace tan intenso que es intolerable; pero como no comprende de otra manera, la intensidad del mismo lo fuerza con el tiempo a cumplir con su deber. ¡Cuánto más racional y sano es reconocer nuestra posición y cumplir voluntariamente con los ojos abiertos, en vez de ser manejado como esclavo desobediente, sangrando bajo las agudas lanzas del dolor! El Ideal del Deber es el grato reconocimiento de la Voluntad del Todo con la cual la voluntad de la parte se ha de poner en armonía; de la Voluntad de Dios, con la cual la voluntad humana ha de cooperar para el bien de todos. El Deber entonces deja de ser una imposición de fuera y se convierte en impulso interior, pues se percibe la voluntad humana como parte de la Voluntad Divina; con tal reconocimiento se siente que la Voluntad de Dios es la propia voluntad del hombre, y este obra con absoluta espontaneidad, por que al cumplir con su deber lo hace por su propia voluntad, con un sentimiento de perfecta libertad. Deber entonces no es el severo mandato de Dios, sino la gozosa realización de los más profundos anhelos del corazón; es un amigo sonriente y no un amo austero; se busca con ansia y se obedece con amor. Entonces, y sólo entonces, se llega a la actitud de “servicio” que es perfecta libertad, por cuanto una sola voluntad impulsa en Dios y en el hombre. ¿Cómo hemos de conducirnos para que marchemos definitivamente hacia ese ideal, porque nadie lo alcanza sin prolongado y continuo esfuerzo? Hay una sola manera, un solo método, lento y trabajoso. Tenemos que moldear resueltamente,  cada día y a todas horas, nuestros pensamientos, deseos y acciones de acuerdo con el ideal más elevado que podamos concebir; jamás debemos escoger los bajos cuando los más elevados estén ante nosotros; ni caminar por la senda inferior cuando la superior está abierta a nuestro paso. Día a día hemos de meditar sobre la unidad de las naturalezas divina y humana y adquirir conciencia de nuestro ser divino; pensar desde el centro y no desde la circunferencia. Al principio, esto nos parecerá artificial más que real, pero si perseveramos, gradualmente se realizará el cambio de conciencia, y primero en chispazos y vislumbres momentáneos y más tarde como experiencia continuada, vendremos a reconocernos como divinos. “Devenid lo que sois”, clama San Anselmo; devenid en manifestación y en conciencia despierta lo que sois en latencia. Dejad que el Dios Oculto resplandezca, que las potencialidades se hagan actualidades; entonces el Ideal del Deber vendrá a ser la actividad consciente de una consciente Voluntad Libre. 

 Extraído de Revista Sophia, Vol. VII, Nro. 1, Enero de 1944